jueves, 23 de junio de 2011

María Zambrano

Antes de abordar el tema, debo hacer tres precisiones:
 
1: No tengo formación filosófica. Soy un simple lector y, en momentos, descifrador y hacedor de signos.
2.- Para quienes reflexionan sobre la obra de María Zambrano, sugiero que descarten el término “zambraniano” o zambraniana” no sólo por su insonoridad espeluznante, sino por el incómodo sufijo, acaso inadecuado:. La inteligencia de los autores es tal, que seguramente encontrarán opciones válidas para referirse al pensamiento de la filósofa de Málaga, y
3.- Dejar para la ficha curricular, acaso para el anecdotario personal, el mote de: “discípula distinguida de Ortega y Gasset”. Con su obra María Zambrano ya ha demostrado su estatura e independencia intelectuales.
Después de lo anterior, comienzo por el principio:
Hölderlin dijo en su momento que poetizar era la más inocente de todas las ocupaciones. Y exteriorizó que el más peligroso bien ofrecido al hombre es el lenguaje, por lo que el ser humano, el individuo, es diálogo. La escritura –y la lectura, agregaría–, es una vía para el conocimiento; aunque también corresponde a una concepción de vida, puesto que reflexionar sobre la Palabra es tanto como accionar sobre el mundo. Desde esta perspectiva, la tradición hebrea considera el ejercicio de leer una actividad ritualista por excelencia, ya que persiste un vínculo muy profundo entre la existencia del hombre con la esfera de lo divino (tema, lo sabemos, muy caro a María Zambrano). Leer no sólo significa interpretar, sino también generar movimiento, acotaría Esther Cohen (La palabra inconclusa. Ensayos sobre cábala, Méx., 1994 y El silencio del nombre., Interpretación y pensamiento judío, Méx., 1999). La lectura representa un ritual de vida: es la gestación de la historia, aborda incluso la re-creación del mundo. Leer es participar de la creación. El Poema, me atrevería a exteriorizar, constituye un corpus simbólico mediante el cual la Divinidad se manifiesta a los hombres, por eso la Escritura la contiene y la revela. Es un buen decir.
Por otra parte, el ente social dialoga con él mismo y, pleno de méritos, habita sobre la tierra, poéticamente. Los anteriores pre-supuestos llevaron a Heidegger a reflexionar sobre la esencia de la poesía, partiendo de que ésta es una obra de arte. También habría que recordar a Benedetto Croce, cuando precisa los dos conocimientos: el científico y el artístico (Cf. Estética como ciencia de la expresión lingüística general, Sinaloa, 1982). Ontológicamente hablando el arte es un objeto, con un sustrato permanente, no visible, y un conjunto de accidentes variables; también un conjunto de sensaciones puesto que es la unión de la materia con la forma (Cf. Martín Heidegger, Arte y poesía, Méx., 1982, 3ª. reimp).. Heidegger reflexiona sobre la poesía. Y lo mismo ocurre con María Zambrano, quien aborda esta temática desde la visión opositora de Platón; la verdad y la justicia, e incluso el aspecto ético, moral, arguye Zambrano, son descartados por el poeta, mientras que el filósofo pugna por determinar a la razón (Véase Filosofía y Poesía, Madrid, 19879. “La razón no es sino renuncia, o tal vez la impotencia de la vida. Vivir es delirar. Lo que no es embriaguez, ni delirio, es cuidado. Y ¿qué filósofo concibe la vida como un continuo alerta, como un perpetuo vigilar y cuidarse? El filósofo jamás duerme, desecha de sí todo canto halagador que pudiera adormilarle, toda seducción, para mantenerse lúcido y despierto. El filósofo vive en su conciencia, y la conciencia no es sino cuidado y preocupación”. (Op. cit., ib: 35)
La filósofa hispana recurre al argumento platónico de la irracionalidad de la poesía al puntualizar: “...a la unidad descubierta por el pensamiento, la poesía se aferra a la dispersión, Frente al ser, trata de fijar únicamente las apariencias. Y frente a la razón y a la ley, la fuerza irresistible de las pasiones, el frenesí. Frente al logos, el hablar delirante. Frente a la vigilancia de la razón, al cuidado del filósofo, la embriaguez perenne. Y frente a lo atemporal, lo que se realiza y desrealiza en el tiempo. Olvida lo que el filósofo recuerda, y es la memoria misma, de lo que el filósofo olvida” (Op. cit., ibid., 45-46). Más adelante, Zambrano arguye: “La poesía anhela y necesita de la claridad y de la precisión. Una poesía que se contente con la vaguedad del ensueño, sería (Valéry tiene entera razón) un contrasentido. Para precisar el sueño virginal de la existencia, el sueño de la inocencia en que el espíritu todavía no sabe de sí, ni de su poder, la poesía necesita toda la lucidez de que es capaz un ser humano, necesita toda la luz del mundo” (Id. supra, p. 9). La ambigüedad, ciertamente, no es categoría estética. Y más en poesía. Si bien es cierto que la poesía no se apoya en los factores del pensar (logos socrático, acaso), tampoco puede determinarse en tanto irracional, o inmoral. Y Heidegger, ¿no requería, necesariamente, del aspecto divino, del territorio de los dioses, para apuntalar la esencia de lo poético? ¿Dónde , pues, lo racional de estos pensadores?
Es indudable que la poesía tiene aspectos precisos y lúcidos. También un elemento lúdico. La poesía es imaginación, sensibilidad, expresión, pero también ejercicio de la inteligencia. He aquí a la <<razón poética>>, cuya expresividad es el estrato fónico que devela y revela al concepto. La imagen es el concepto, reitero ad infinitum. Precisamente por ese afán de ofrecer plenamente la cualidad del sentimiento, el poeta recurre a los símiles, a las metáforas. Y aquí hay precisión, no dispersión; convicción emotiva, no herejía; ni hablar delirante, sino manifestación del mismo logos. Palabra y razón, que incluye al logos, es la manera de ser de la poesía; no hay contradicción ni irracionalidad, por utilizar los términos de Zambrano.
Leer –dije al principio, citando a la Dra. Esther Cohen–, no sólo significa interpretar, sino también generar movimiento; una vía para conocer. Y eso ocurre, justamente, al penetrar en las páginas de María Zambrano en Morelia. A 70 años de la publicación de Filosofía y poesía, un volumen de gran envergadura intelectual coordinado por Leonarda Rivera y Sebastián Lomelí. Ocho ensayos, independientemente de la presentación y el texto introductorio, ofrecen diversos enfoques para destacar la tarea académica y filosófica de la pensadora hispana durante su exilio en México, especialmente en Morelia, donde publicó su célebre volumen Filosofía y poesía (1939).
Ocho autores establecen diversas vertientes sobre el pensamiento de esta mujer, a partir de este libro clave que puntualiza sobre la razón y la intuición, sobre el sentimiento y pensamiento que en última instancia se concilian. Más que un objeto de estudio, la poesía sirvió a María Zambrano para descubrir las profundidades de la vida” –precisan los coordinadores–, esa “dimensión olvidada de la existencia” y donde la filosofía encuentra los rudimentos del camino que no retrocede ante la crisis del racionalismo, ese conocimiento sensible determinado como <<razón poética>>. Uno consigue departir, y disputar en momentos, con Cuitláhuac Moreno Romero, quien nos habla de “La vía de la palabra. Salvación y condena” (pp. 29-59) o con Cintia C. Robles Luján (“María Zambrano: del tiempo tardío en la aurora de la razón de 1939”, pp. 61-88) o con Christian Eduardo Díaz Sosa (“La Razón Poética y el rescate de la filosofía en el pensamiento de María Zambrano”, pp. 89-104) para continuar con Leonarda Rivera (“Poesía <<impura>>-poesía de la carne: la palabra poética en María Zambrano”, pp. 105-126).
Pero no hay que olvidar a Sofía Mateos Gómez (“Acercamiento a los distintos usos y a los orígenes del concepto de amor en Filosofía y poesía”, pp. 127-151) ni a Carlos Alberto Girón Lozano (“Variaciones poiéticas: encuentros y desencuentros entre filosofía y poesía”, pp. 153-170) ni tampoco a Rogelio Laguna (“La ciudad y la no-ciudad”, pp. 171-193) hasta concluir con Sebastián Lomelí (“Pensar el origen: la reconciliación entre filosofía y poesía”, pp. 195-224). Las tres mujeres y los cinco varones que confluyen en estas páginas, con sus ensayos establecen un diálogo permanente con el lector, quien dilucida y cuestiona y concluye. También nos incitan a volver a la fuente original, a los libros de la Zambrano para cuestionar e incluso revelarse contra algunas afirmaciones: “la poesía tiene el poder de mentir” (Zambrano dixit). Lo anterior no es del todo cierto. Platón y Zambrano olvidan la simultaneidad de planos de significados que ocurren en la Poesía. Los filósofos exigen la univocidad –no lo unívoco, como indica algún autor del libro que nos ocupa– , que no existe en la Poesía; el ritmo y las imágenes consiguen un nivel polisémico. Las erratas que se deslizan también interfieren: un “desvelarse” (p. 98), por “develarse”, da al traste con la argumentación de Christian Eduardo Díaz, o un “nihilianismo” (p. 65), en el trabajo de Cintia C. Robles, que nos lleva a otro orden conceptual.
Un buen libro exige, al menos, tres lecturas (para volver una y otra vez hasta que el horizonte semántico se esclarezca a profundidad). Y más este volumen que eslabona diferentes visones, reflexiones sobre el concepto de amor –“puente entre lo humano y lo divino”, por ejemplo– o sobre el ámbito de la condena y la salvación. Por afinidad, podría destacar el texto de Carlos Alberto Girón y el de Leonarda Rivera, así como el de Sebastián Lomelí, puesto que resaltan otro orden de ideas: como por ejemplo la defensa de la autonomía de la poesía (Girón), la carnalidad de la poesía en Pablo Neruda, desde la perspectiva de Zambrano (Rivera), es decir: el ámbito dionisiaco de la poesía; o el papel que juegan el símbolo y la metáfora (Lomelí). Sin embargo, creo que aproximarse al pensamiento de María Zambrano a través de la antigua estética marxista, hoy denominada ideológica, abriría nuevos horizontes, porque emplazaría a reflexionar sobre el concepto de la literatura –y la poesía lo es– como refiguración de la realidad, partiendo del concepto de lo particular, como indicaba Luckács. María Zambrano en Morelia. A 70 años de la publicación de Filosofía y poesía, es un libro perturbador para quienes nos movemos en el campo de la lírica, porque la obra cobra una nueva dimensión y sugiere otras vías reflexivas para enfrentar el fenómeno poético.
 
Leonarda Rivera y Sebastián Lomelí (coord.), María Zambrano en Morelia. A 70 años de la publicación de Filosofía y poesía, Edit. Plaza y Valdés/Sría de Cultura de Michoacán, Méx., 2010, 224 pp.

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