lunes, 26 de septiembre de 2011

LA POESÍA DE RAÚL GARDUÑO

Por Óscar Wong


De acuerdo con Georg Lukács, el arte es la forma más rica de conocer por cuando busca interpretar correctamente la realidad, a partir de la observación profunda. Acaso por lo mismo la poesía requiere de un lenguaje metafórico, ideal para abarcar las diversas instancias de lo real. Imagen tras imagen, el poeta ofrece su visión del mundo; desde esta perspectiva, la obra de arte significa un estilo, una actitud frente a los acontecimientos. De lo contrario el artista miente al ofrecer un producto que de ninguna manera corresponde a su pensamiento, a su posición ideológica (y aquí es justo señalar que ideología representa un modo de ser, un estar, un poder social).
Para Raúl Garduño [1], la poesía representaba una serie de presagios, de símbolos y señalamientos que, de alguna forma, ocultaban esa otra realidad, acaso la más justa y perfecta: la de las esencias. Por ello, en si producción lírica, encontramos diversas características que confirman mi aserto: el tono recitativo, propio del canto, expresado mediante estructuras anafóricas, con apoyo de epítomes y reiteraciones. Cabe destacar, también, el símil y la metáfora que, utilizados en grado sumo, generaban esa eclosión del lenguaje, esa necesidad perentoria de signar a las cosas por su nombre esencial.
Desde su primera incursión en ese libro colectivo denominado Poesía joven de México[2], junto con Alejandro Aura, Leopoldo Ayala y José Carlos Becerra (también desaparecido), Garduño se adentró en ese tono órfico, casi mesiánico, que lo caracterizaba y significaba, elaborando ríos de imágenes, trasfondos luminosos de la otredad. Hacia 1973 el gobierno del estado de Estado de Chiapas editó el único libro individual que publicó en vida: Poemas [3]. En mayo de 1982, con una introducción de Francisco Alvarez. las autoridades chiapanecas, en su Colección Libros de Chiapas, publicaron un conjunto de poemas titulado Los danzantes espacios estatuarios[4]; la mayoría de estos trabajos líricos estaban inéditos –algunos requerían la mano correctora del autor- y otros fueron recogidos de alguna manera de revistas y suplementos. Básicamente, aquí se manifiestan las inquietudes espirituales del poeta, como son: el amor, la desaparición física constante en su obra, el qué y el por qué de su presencia y participación en el mundo. Y también su concepción estética: la poesía como un ritual rítmico, un cántico ceremonial, órfico.
Por otra parte, Elva Macías dio a conocer, en la colección Ceiba N° 12, bajo los auspicios de Fonapas-Chiapas, la segunda edición del único volumen individual de Raúl Garduño: Poemas. De hecho, esta obra fue preparada por el autor, quien agregó dieciséis textos inéditos, aunque respetando la estructura original. La novedad de este poemario estriba en la necesidad última del poeta por entregar otros contenidos bajo el rigor del soneto.
En efecto, Poemas[5], destaca por la excelencia expresiva de Garduño, típica en él, a pesar del condicionamiento métrico en esos nueve sonetos. Poemas, en esta segunda edición, destaca también por sus temas recurrentes: el mar, la mujer, la ciudad observada al través del ojo luminoso del idealismo, la obsesión de la muerte erigida por el lenguaje: “tumba”, “sepulturero”, “campanas” y “cadáveres”. Es decir, un discurso poético lleno de vaticinios.
En virtud de lo anterior, es evidente que inmerso en la sonoridad de la palabra, imbuido por los cuatro costados de esa fuerza volcánica, telúrica, Raúl Garduño se yergue en toda su potencialidad lírica desde sus primeros poemas. Como Sabines, como los poetas de “La espiga”, Garduño escribe sus poemas
:
            Buscándose en lo alto y lejano de su juego
            mientras contempla, caída cierta tarde,
            templos, sí, muros donde la razón cae vencida
            y todo es un espejo de luz”.

Nacido en México, D. F., en 1945, por sus orígenes familiares el poeta se consideraba oriundo de Comitán de Domínguez. En efecto, su obra lírica se identifica con las profundas serranías chiapanecas, agua y bosques, cálidos veranos. En su poesía confluyen los elementos naturales, “hojas francamente verdes” ¡y el mar! El erotismo amoroso, las ciudades y los barrios del pueblo confluyen en el recuerdo, en la muerte que golpea “el tanque de los astros”. Paisajes marítimos, de belleza cosmogónica, inundan sordamente los hallazgos líricos, los constantes deslumbramientos que configuran su sentimiento. Para Garduño la naturaleza es esencial, motor genérico y totalizador. Esta constante se repite a lo largo de su poesía:

            “Todo es una selva en guerra,
            un hundirse en la delicia,
            y no saber nada, ya no ignorar nada ...”

En ocasiones, su visión del mundo se materializa en una extraña simbiosis, aparentemente dicotómica: rayo-tiniebla, instante-mundo, recuerdo-olvido. Su lenguaje es rigurosamente expresivo, con la violencia natural de la vida que transcurre. Testigo de su tiempo, Garduño escribe una poesía conscientemente vigorosa, configurada por imágenes angustiadas, plenas, acendradamente maduras:

            “Nos sucede la cruz de los árboles veloces,
los amotinados asaltos
            a los más sobrios templos del corazón.
            Y andamos sin edad, casi apagados
            por la vendimia del alma en las ciudades.
            Y no sabemos nada.
            Ni nuestro canto un día”.

Como José Carlos Becerra, como Raúl Cáceres Carenzo, Garduño elabora su poesía en tanto instrumento de conocimiento. Método cognoscitivo que responde a su preocupación fundamental: el conocerse a sí mismo; La poesía como cosa para nosotros. En este orden de ideas, Garduño conoce las posibilidades de la polisemia, velo que esconde la verdadera expresividad. Por ello exclama:

            “Yo te mostraré el rumor,
            el ruido del desarraigo,
            las últimas noches de demasiada sobriedad
junto a Dios
            en el antiguo revés de esta misma palabra”[6].

Garduño falleció en 1980 en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, en plena madurez lírica. Su obra aún produce asombro por sus altas resonancias. Sus anáforas, epítomes y reiteraciones lo hermanan con José Carlos Becerra. Ambos se erigen en tanto profetas, aunque Garduño es más exaltado, más luminoso. En ambos prevalecen acentos trágicos. Los dos fallecen jóvenes, los dos se encuentran emparentados por el tono sublime del verso.







[1] México, D.F.; 1945- Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1980
[2] Siglo XXI Edit., Méx., 1967
[3] Gobierno del Estado de Chiapas, Colec. Chiapas, 119 pp
[4] Gobierno del Estado de Chiapas, Serie Básica, Tuxtla Gutiérrez, 108 pp
[5] 1982, 164 pp
[6] Todas las citas corresponden al libro Poemas, Gobierno del Edo. de Chiapas, 1973, 119 pp.

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